Cuando
se encendieron las luces de los frenos del Simca, el 404 redujo la
marcha con un absurdo sentimiento de esperanza, y apenas puesto el freno
de mano saltó del auto y corrió hacia adelante. Fuera del Simca y el
Beaulieu (más atrás estaría el Caravelle, pero poco le importaba) no
reconoció ningún auto; a través de cristales diferentes lo miraban con
sorpresa y quizá escándalo otros rostros
que no había visto nunca. Sonaban las bocinas, y el 404 tuvo que volver
a su auto; el chico del Simca le hizo un gesto amistoso, como si
comprendiera, y señaló alentadoramente en dirección de París. La columna
volvía a ponerse en marcha, lentamente durante unos minutos y luego
como si la autopista estuviera definitivamente libre. A la izquierda del
404 corría un Taunus, y por un segundo al 404 le pareció que el grupo
se recomponía, que todo entraba en el orden, que se podría seguir
adelante sin destruir nada. Pero era un Taunus verde, y en el volante
había una mujer con anteojos ahumados que miraba fijamente hacia
adelante. No se podía hacer otra cosa que abandonarse a la marcha,
adaptarse mecánicamente a la velocidad de los autos que lo rodeaban, no
pensar.
La Autopista del Sur (Julio Cortázar)
http://www.ciudadseva.com/
(Idea de Mary Fons- Sinera)
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